Ni siquiera ha rodado el balón en el Mundial de Catar, y ya los equipos que quedaron fuera de la fiesta de la Fifa comienzan a velar armas, a juntar municiones y preparar sus efectivos para la próxima cita de 2026 cuya sede compartirán Estados Unidos, Canadá y México.
La ilusión de la ver a la Vinotinto por primera vez en su historia en la máxima cita del balompié se renueva cada cuatro años, pero los proyectos de los entrenadores que asumen el compromiso de romper con el maleficio de la eliminación se terminan estrellando contra la dura realidad de la superioridad de los rivales de la región y las derrotas.
El ciclo de Richard Páez, sin embargo, abrió un ventanal de esperanzas. En medio de las carencias de estructuras de los clubes venezolanos, de la mayor jerarquía de los jugadores contrarios, la Vinotinto de Páez demostró que con un sistema de juego trabajado al detalle con meticulosidad y rigor, eligiendo a los mejores para cumplir con sus funciones en el terreno era posible competir y cambiar la imagen de una selección goleada y relegada al desván de eterna cenicienta de Suramérica.
Páez dotó a la selección de un corpus de juego basado en una identidad que iba desde el compromiso de los jugadores y todo el país con la camiseta Vinotinto, y pasaba en la cancha por intentar dominar al rival a través de la posesión del balón, juego combinado para avanzar en bloque y meter pases al espacio libre para romper las líneas.
Desde aquel boom de la Vinotinto surgido en 2001 con las cuatro victorias consecutivas en la recta final de las eliminatorias al Mundial de Corea y Japón 2002, derrotando a Uruguay (2-0), Chile (0-2), Perú (3-0 )y Paraguay (3-1), se sembró la idea de que es posible sumar puntos y luchar por la clasificación.
El nuevo proyecto del prestigioso técnico argentino José Pékerman, si bien se inició oficialmente en enero de este año, comenzó su camino hacia 2026 desde el pasado miércoles con el triunfo 0-1 sobre la selección de Malta.
El primer logro del tricampeón mundial sub-20 con Argentina ha sido recomponer al equipo; convencer a la mayor cantidad de efectivos disponibles de sumarse al barco y remar juntos hacia el mismo destino mundialista. La presencia del delantero Alejandro Marqués, quien se alejó de la Vinotinto por diferencias con el cuerpo técnico que comandaba Rafael Dudamel, es una señal clara del propósito del deté de abrir las puertas de la selección a todos los que pueden aportar algo, especialmente goles.
El mayor avance es que no se haya perdido ni un minuto para encarar este nuevo reto mundialista. Porque si de algo carecen los entrenadores durante la eliminatoria mundialista, es de tiempo para trabajar con calma, inculcar las ideas y corregir estrategias.
Los jugadores llegan con escasos días a la concentración y en apenas dos o tres sesiones de entrenamientos el seleccionador debe preparar las dobles fechas en un calendario repleto de complicaciones, como jugar en los 3.600 metros de altitud de La Paz y tres días después en el horno de Barranquilla o en el frío invernal de Buenos Aires o Montevideo.
Partidos como el de Malta o el de este lunes ante la más aquilatada selección de Arabia Saudita, una de las 32 clasificadas a Catar, tienen el propósito de enseñar a los convocados el método y todos los secretos de la propuesta de juego de Pékerman. Seducir y convencer al grupo de que si se sigue a pie juntillas una idea, un propósito compartido, como en los días de Richard Páez, llegar a un Mundial no debe ser una mera ilusión.
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