En ocasión de celebrarse este miércoles 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, la doctora en educación, Elba Isabel Ramírez, egresada de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL), nos presenta un trabajo especial abordando el tema de la Mujer con una visión transformadora.
Mujeres y trabajo: “Una Mirada, Varias Vistas”, es el título del escrito que hoy les invitamos a leer:
“El trabajo es todo esfuerzo consciente y voluntario orientado hacia la transformación de la naturaleza, y su utilización está ligada a la satisfacción de las necesidades humanas; lo cual permite determinar que ha sido el eje del desarrollo social, intelectual y biológico de la humanidad. Por la importancia del trabajo para la sociedad, es un hecho que tantos hombres y mujeres lo han ejecutado en el devenir histórico.
Sin embargo, el trabajo de las mujeres no ha sido valorado porque ha tenido un carácter subordinado que no le ha permitido influir directamente en las grandes decisiones de la humanidad. En tal sentido podemos afirmar que en todas las sociedades subyace una inserción diferenciada de varones y hembras, en la división sexual del trabajo existente en los espacios de la reproducción y en los de la producción.
El desempeño de un trabajo remunerado por parte de las mujeres ha sido a lo largo de la historia un paso muy importante en el largo camino hacia la necesaria transformación de los roles sociales de ambos sexos.
Generar nuestros propios ingresos nos ha proporcionado como mujeres una mayor autonomía y poder de negocio dentro las familias; además del acceso a relaciones intersexuales en espacios diferentes a los tradicionales, posibilitándonos un cambio en las prácticas y en las representaciones ordinarias.
Sin embargo, este proceso también está acompañado de otros aspectos que no se pueden dejar de lado. En primer lugar, el hecho de que la reproducción social de la fuerza de trabajo lleva implícita, además del trabajo de reproducción de ingresos como tal, también lleva consigo las tareas de: cuidar niños, ancianos y enfermos, comprar y transformar los alimentos y demás bienes de consumo; a eso le agregamos limpiar la casa, administrar el presupuesto doméstico y dar soporte afectivo a todos los miembros del grupo familiar y algunos otros asociados a la reproducción colectiva de las unidades domésticas, como son asistencia y colaboración en la escuela, entre otros. Trabajos todos, que no son remunerados y que de acuerdo al imaginario colectivo son asignados por naturaleza a las mujeres, como su responsabilidad individual.
Todo esto marca dos límites a la inserción laboral de las mujeres que acompañada de Gallart y otros (1972) denominan “a) la restricción domiciliaria, ósea la búsqueda de un trabajo que pueda realizarse en la propia vivienda o muy cerca de ella y b) la restricción horaria relacionada con la menor disponibilidad de tiempo debido a la necesidad de compatibilizar el rol de trabajadora productiva con el rol de reproducción. Indudablemente que toda esta realidad restringe la oferta de trabajo femenino a un mercado auto limitado” (P. 5)
En segundo lugar, debemos considerar que el mercado de trabajo parece tratar a las mujeres como individuos con capacidad de decisión propia al tener la facultad de “vender su fuerza de trabajo” y obtener ingresos a partir de esa decisión. Sin embargo, la lógica de este mercado laboral lleva implícito una diferenciación por género que discrimina a las mujeres con respecto a los hombres, en términos salariales y ocupacionales.
Las mayores desigualdades por sexo en el mercado de trabajo se encuentran en las diferencias de ingresos. Si consideramos la discriminación salarial en los países europeos y Latinoamericanos, nos encontramos que ninguno de ellos se paga una remuneración equivalente a hombres y mujeres con el mismo nivel de instrucción; salvo algunas excepciones. Los ingresos de las mujeres son habitualmente menores que los de los hombres cualquiera sea el nivel educativo y en todos los grupos ocupacionales.
La desventaja relativa de los ingresos por hora de las mujeres adultas con respecto a los hombres equivale alrededor de cuatro años de educación formal. (CEPAL, 1993).
En cuanto a la discriminación ocupacional por género en la Región latinoamericana, está se expresa en la concentración de las mujeres en un número reducido de ocupaciones que se conciben desde el imaginario colectivo como típicamente femenino (docentes, enfermeras, secretarias, entre otras), y que se denominan como segmentación horizontal. Además, las trabajadoras se concentran en los niveles de menor jerarquía de cada ocupación (que significan puestos de trabajos peor remunerados y más inestables) lo que constituyen en una segmentación vertical. (Arriaga, 1994.p101)
En los casos de economía informal la situación tiende a ser más grave, por cuanto las condiciones de trabajo, para hombres y mujeres son verdaderamente precarios y muy inestables. Es evidente que en las actividades informales la fuerza de trabajo es en ocasiones menos educada, especialmente la femenina, existiendo un gran número de mujeres analfabetas o sin nivel educativo. Obviamente en este sector las diferencias salariales por género son más evidentes. Aquí el salario promedio de los hombres es porcentualmente mayor que el de las mujeres.
En tal sentido Bonilla y Rodríguez (1992) dicen “que el rol reproductivo de mujeres determina su rol productivo” (p.17). En términos materiales, cuando la mujer es madre – esposa y además tiene carga de trabajo significativo que le impone restricciones horarias y domiciliarios, en términos ideológicos, cuando a pesar de no tener aún una carga familiar su desempeño es considerado como si la tuviera. Ello lleva a una subvaloración del trabajo femenino remunerado, considerando que el desempeño de una mujer no puede ser tan eficiente como el de un hombre, porque cuenta con la responsabilidad de la unidad doméstica. Todo ello implica que el acceso, la remuneración y la movilidad de las mujeres en la sociedad y en el mercado laboral sea diferentes a la de los hombres.
Esta mirada constituye una reflexión, a propósito de la celebración Mundial del 8 de marzo como el Día internacional de la Mujer, donde se evidencia los desequilibrios que como parte de la otra mitad del mundo sigue presente hoy día.
Dra. Elba Isabel Ramírez
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