Pálpito, la producción que desde este miércoles se suma a la plataforma de streaming, estará disponible en 190 países, será subtitulada en 30 idiomas y doblada a otros 7 para una audiencia estimada en 250 millones de suscriptores. La escritura de este proyecto que fue grabado en Colombia, una trama despojada de buenos y villanos, supuso para el también poeta de 62 años de edad un giro estilístico en su forma de narrar e ir a un ritmo de vértigo. Desde el exilio, que ha representado para él una montaña de desasosiego y nostalgia, mira con discreto entusiasmo la posibilidad de una segunda temporada de la serie en la que plantea hasta qué punto un corazón que mudan a otro cuerpo lleva consigo su historial de emociones
Ansiedad. Lo que siente Leonardo Padrón es mucha ansiedad. Nunca como hasta ahora el escritor de telenovelas como Cosita rica, El país de las mujeres, Ciudad bendita, Amar a muerte, entre tantas otras, había estado tan expectante por el estreno de una de sus historias. No es para menos. Pálpito, la serie con la que debuta en Netflix, a partir de hoy llegará a 190 países, será subtitulada en 30 idiomas y doblada a otros 7. «La responsabilidad y el compromiso son enormes. Yo solo espero estar a la altura», expresa el autor que hace 5 años salió de vacaciones y no pudo regresar a Venezuela. El también poeta de 62 años de edad le ha demostrado a la televisión internacional que podía escribir para nuevos mercados melodramas tan exitosos como los que llevó a la pantalla venezolana, ha conquistado nuevas audiencias y, además, llegó a la plataforma de streaming escribiendo una historia original después de dedicarse a hacer adaptaciones para Televisa y Univisión.
La sinopsis de Pálpito dice: «La esposa de Simón es asesinada para extraerle el corazón y trasplantárselo a Camila, la mujer de un hombre adinerado. En busca de venganza, Simón se sumerge en el peligroso mundo del tráfico de órganos. En su frenética búsqueda, el destino hará que se enamore de Camila, la mujer que sobrevivió gracias al corazón de su esposa asesinada. El clímax llegará cuando ambos descubran la verdad».
Protagonizada por Ana Lucía Domínguez, Michel Brown, Sebastián Martínez y Margarita Muñoz, la serie de 14 capítulos fue grabada en Colombia y en ella Padrón también se desempeñó como productor ejecutivo. «Esa es una de las bondades que ofrece Netflix, estar en todas las fases del proyecto. Yo aprobaba absolutamente todo. Esa es la política de Netflix. Y es maravilloso porque en la plataforma existe la premisa de que el escritor es el padre de la criatura».
Con discreto entusiasmo piensa en una segunda temporada de Pálpito. Consciente de que Netflix le ha abierto una nueva puerta de su oficio, quiere dedicarse a los seriados en el futuro. «Una serie te permite que el tiempo de creación sea más artístico que industrial. La gratificación estética es mayor».
Sin duda alguna. Creo que todos los días que me asomaba a consumir el contenido de Netflix, que lo hago como el resto de sus 250 millones de suscriptores, una parte de mí se paseaba por la posibilidad de escribir para ella. Pero lo tenía más como una ilusión remota en la que no ponía mayor energía, era un deseo engatillado. Estaba sumergido en mi faena diaria de escritura que demandaba muchas exigencias, siendo un escritor venezolano que tenía que convencer y seducir a la audiencia mexicana, que es muy particular, que está siempre muy vinculada a su propia gente, a su propio talento, así como también a la audiencia hispana de Estados Unidos. Para mí han sido una travesía extraordinaria los tres proyectos que he hecho para Televisa y Univision: Amar a muerte, Rubí y Si nos dejan. He podido asumir una parte del oficio que no es consustancial a mí, como lo es hacer adaptaciones. En Venezuela siempre hice historias originales, a excepción de Gardenia. Pero Televisa tiene una particular adicción por los remakes, por reempacar viejos éxitos. Y la maravilla es que tuve la oportunidad de trabajar con historias muy poderosas. Fue una travesía muy agradable, tan exigente como provechosa. Hasta que me llegó la oportunidad de volver a crear una historia mía. Con Netflix recupero mi modo habitual, que era requisar mi propia imaginación. De hecho, debo añadir que ahora en paralelo escribo La mujer del diablo, otra serie para el nuevo streaming que lanzarán Televisa, Univision y Google, llamado Vix, y que fue seleccionada para inaugurar la plataforma este año.
Fue bastante azaroso. Me llamaron, me dijeron que estaban interesados en una historia mía, que tenía que plantearles una sinopsis y ver si les funcionaba para los intereses de la plataforma. Les pedí mes y medio para buscar una trama. Me pidieron algo que a mí me entusiasmara mucho contar, que me ilusionara. Y con la misma adrenalina de la convocatoria de Netflix, tenía toda la energía del mundo para urdir esa historia. El llamado entrañaba un desafío, que es probarte a ti mismo y a ellos que puedes contar una historia en el código narrativo de las series, que es distinto al de las telenovelas. Y, felizmente, les entusiasmó mucho la historia que les planteé. Me dijeron que no tenían una similar en la plataforma. Les pareció un nudo argumental llamativo. Me respondieron en 15 días y firmamos contrato.
Querían mi experiencia contando historias de amor; una que, de alguna manera, tuviera cierto vínculo con el melodrama, pero repotenciado. Lo que hice entonces fue plantear una historia despojada de buenos y villanos, una que entrañara en sí misma una complejidad dramática tal que el espectador estuviera constantemente preguntándose si haría lo mismo que los personajes. Quería conseguir una historia llena de situaciones límite en la que todos parecieran estar metidos en esa calle ciega que a veces es la vida. Allí no hay villanos más allá de los que lo son. Hice una lista de tramas posibles, busqué en la carpeta de mi computadora donde escribo historias que me pasan por la mente. Y me di cuenta de que esta tenía algo que la podía hacer distinta, que es la arena dramática que elegí: el tráfico de órganos. No apelaba al socorrido tema del mundo del narco que destila muchas historias. Y quería, además, una que fuera universal. Porque Pálpito se estrena en 190 países, será subtitulada en 30 idiomas y doblada a otros 7. Va a estar proyectada en la plataforma más poderosa que existe.
En rigor quería hablar, y me quedó luego de escribir Amar a muerte, del símbolo más poderoso que signa nuestras vidas, que es el corazón. Los seres humanos solemos darle la responsabilidad de ser el depositario de nuestras emociones más importantes. Todo lo metemos en ese músculo que está dentro de nuestros pechos, concentramos allí el motor de nuestras vidas. Y me pareció interesante jugar con la idea de hasta qué punto, cuando un corazón cambia de domicilio, de cuerpo, con él se va su historial de emociones, de sentimientos. Allí había algo que podía tener resonancias metafísicas. Es una maravillosa especulación: ¿viven realmente allí nuestros sentimientos fundamentales? Apostando a lo que siempre hemos apostado los seres humanos, a esa carga simbólica que le hemos dado, me planteé eso para que tuviera un desarrollo que se convirtiera en una historia de inmensa tensión narrativa. No existe en la historia de la literatura una palabra con la que se construyan más metáforas que con corazón, algunas muy trilladas. Lo que quería era volver a otorgarle su poder simbólico para contar una historia de amor. Ir un poco más allá. Y preguntar ¿qué pasa si te roban el corazón?
Quería detonar preguntas en el televidente porque, justamente, yo lo he conversado con gente cercana. ¿Si estuvieras en el lugar de Zacarías Cienfuegos harías lo mismo? Es una pregunta tan inquietante que de alguna manera te confronta con tus límites morales y llega un momento en que no juzgas al personaje, en otro le das la razón y también lo condenas. Esto tiene que ver con el epicentro de la emoción humana, que es el amor. Te da pie a ese tipo de preguntas. O lo otro: ¿qué sucede cuando el corazón se muda de cuerpo?, ¿qué pasa cuando alguien trasplantado busca a su donante? Toda la bibliografía que recorrí sobre el tema especulaba que es una información que nunca debe conocer la persona que recibe el órgano.
Ese era otro de los desafíos. Aunque ojo, he escrito guiones de cine y unitarios. Rubí la conté en 27 capítulos. Pero sí, implica hacer un giro estilístico en tu propia forma de narrar una historia, recodificar tu estilo, asumir que el cuento debe ir a ritmo de vértigo, debe avanzar de manera imperiosa y no con la morosidad con la que uno cuenta una historia de 150 horas. Yo, que soy consumidor voraz de series, las veo con ojo de audiencia y de trabajador de la industria. Observar siempre la estructura narrativa, cómo cada escena es conducente, me permitió integrar e internalizar la manera de contar historias en clave de serie. Y sí, creo que el reto más desafiante que tuve fue poner mi voz a otra velocidad.
Muchísimo más atractivo, justamente porque como consumidor me parece que el tiempo nos está tragando. El siglo XXI es vertiginoso, hay sobredosis de información, de oferta de contenido. La gente no se detiene mucho en ciertos contenidos porque avanza al próximo. Estamos bajo el signo del vértigo. Escribir en formato serie permite hacer un producto más elaborado. Te permite depurar, condensar, hacer una curaduría más extrema del corpus narrativo que estás armando y me parece más desafiante. Otra de las bondades de escribir series es que el proceso de elaboración de libretos es mucho más detenido. La prisa no entra en la ecuación. Miro con asombro cómo trabajaba en Venezuela, donde entregaba entre 40 y 60 páginas diarias, durante 6 días. Hoy no tengo espalda para eso, primero. Me tardé un mes para escribir el primer capítulo de Pálpito, otro mes en el segundo. Después aceleré el ritmo porque ya estaba montado en el cauce de la historia. Una serie te permite que el tiempo de creación sea más artístico que industrial. La gratificación estética es mayor.
En Pálpito también tengo crédito como productor ejecutivo. Y esa es una de las otras bondades que ofrece Netflix, estar en todas las fases del proyecto, en absolutamente todo. Entregué el último capítulo y trabajé unos cinco meses más. Estuve en la selección del casting, de las locaciones. Participé en la selección de la paleta de colores, de la música, en el proceso de posproducción y edición. Yo aprobaba todo. Esa es la política de Netflix. Y es maravilloso porque en la plataforma existe la premisa de que el escritor es el padre de la criatura. En México, por ejemplo, son los productores quienes deciden todo. Los escritores tienen muy poca injerencia. Con Netflix recuperé el nivel de participación que tenía en Venezuela.
Netflix tiene tres centros de producción en América Latina: México, Colombia y Argentina. Todo apuntaba a Colombia. Y allí se hizo. No pude viajar por problemas de papeles en Estados Unidos. Había introducido los papeles para la green card y no me había llegado. Así que todo se hizo a través de Internet. Y yo prefiero lo presencial. Disfruto sentarme con el productor y el director a debatir sobre el propósito del hilo narrativo. Las reuniones por Zoom tienen un límite de tiempo, además.
Eso lo determinará Netflix después de la respuesta del público. La decisión se suele tomar dos semanas después del estreno. Internamente hay un buen feedback. Creen que va a ocurrir. Yo prefiero guardar un discreto entusiasmo.
Quisiera quedarme un rato más escribiendo series, me apasiona la posibilidad, me genera un inmenso entusiasmo en términos creativos porque creo que el proyecto narrativo hoy son las series. Los actores más importantes de Hollywood las están haciendo o produciendo. Las series viven un momento inédito.
Uno suele decir que está aprendiendo todo el tiempo. Y aunque pueda sonar a frase trillada, es cierto. Yo siento un pequeño estremecimiento cuando aparece la pantalla en blanco en mi computadora. Es cuando digo: ¿fracasaré o lograré mis objetivos? Netflix me ha abierto otra puerta de mi oficio. Tengo casi 40 años escribiendo historias para televisión y se me abre una puerta que es justamente donde se cuentan las historias más importantes en el mundo. Me ha permitido aprender nuevas técnicas narrativas, incorporar herramientas que son inherentes al discurso literario y cinematográfico. Y eso, sin duda, ha enriquecido mi voz.
Mucha ansiedad. He estado en muchos estrenos de mis historias para televisión, he presentado muchos libros míos. Pero esta es la expectativa más grande que he tenido porque la responsabilidad y el compromiso son enormes. Estamos hablando de una audiencia de 250 millones de personas. Yo solo espero estar a la altura.
Sobre todo en los primeros años del exilio porque eso implicó un primer momento de desajuste emocional severo. Sentir que te quedabas sin casa, que es el país, y sin otra casa que son tus paredes, tu biblioteca, tu escritorio, tus referentes naturales. Eso genera un terremoto existencial importante. Toda persona en el exilio sabe que es así. Cuando logras desentumecerte de ese shock emocional, lo primero que se te impone es la idea de insertarte en el mercado laboral del sitio donde estás. Me tenía que ganar la vida en un nuevo lugar. Me tocó concentrarme mucho en demostrarle a la industria de la televisión internacional que así como mis historias funcionaban en Venezuela, podrían hacerlo en otros lugares. Y eso me hizo concentrarme en ese crossover emocional y en conquistar un público inédito para mí. Y me sustraje de tal manera que dejé de escribir también mis crónicas para El Nacional y la escritura de poesía, que es mucho más lenta, aunque la poesía tiene esa maravilla que no exige prisas. Sabe que no la olvido, que tengo una deuda conmigo: retomar mis registros escriturales.
Sería absolutamente un acto de indecencia no decir que estoy gratificado en términos profesionales por el hecho de estar escribiendo para Netflix. En ese sentido no sospechaba que iba a ocurrir en mi carrera, no estaba en mi horizonte laboral. Pero así como hay cosas que celebro, hay otras que son una montaña de nostalgia y de desasosiego, que es la ausencia del país, el tener el sentido de pertenencia descalibrado.
Es refugio de la borrasca, ha sido el lugar de reconstrucción. Le agradezco la dosis de agua y azul que tiene, aunque no es mi ciudad favorita. Pero creo que ha sido un cálido refugio.
¡Qué pregunta!.. Los tengo muy cosidos. No los separo mucho. Me he convertido en alguien que se ha probado a sí mismo en circunstancias inéditas. En un tipo que quizá tenga menos certidumbre de las que tenía antes, aunque sigo siendo un optimista crónico. Me ha hecho más receloso de los entusiasmos pueriles de la política. Yo me involucré mucho con el devenir político del país y salí, como muchos, defraudados de la experiencia, aunque creo que cualquier regreso a la normalidad amerita un cauce político. Y me ha hecho alguien que calibra cada vez más la importancia del tiempo y el peso de la distancia en su equipaje emocional. Hay muchas cosas que son distancia. Pero toca seguir.
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